lunes, junio 08, 2009

Universidad, ¿para quien ?

Política educativa y modelo productivo

En la década del ’90, la Academia se subordinó a un modelo expulsivo y precarizador de la fuerza laboral que introdujo la lógica empresarial en el sistema educativo. Los especialistas analizan cómo redefinir esa relación.

La influencia de la demanda

Por Ariel Langer *

En el Programa Educación, Economía y Trabajo hemos concluido recientemente una investigación en redes –donde además de la UBA han participado equipos de las universidades nacionales de Misiones y Mar del Plata– cuya problemática central fue el estudio de las capacidades de los grupos de esas universidades frente a las demandas sociales y productivas. Uno de los resultados del trabajo son las reflexiones y evidencias sobre la transformación de la producción y circulación de conocimiento académico, técnico y científico en relación con el contexto político, económico y social de nuestro país y con las ideas y acciones directas provenientes del exterior.

Aunque los análisis realizados en estas tres casas de estudio no pueden generalizarse directamente al conjunto de las universidades, el objetivo de la columna es debatir la orientación e incluso la sobredeterminación que las demandas de la sociedad ejercen sobre las tradicionales funciones de la universidad: la docencia, la investigación y la extensión.

Se encuentra en forma casi generalizada entre quienes forman parte de la universidad el discurso sobre su “aislamiento” y su poca respuesta frente a las necesidades de la sociedad. Sobre esta base, paulatinamente se han ido formando los discursos dominantes sobre lo que deberían ser las políticas científicas y académicas adecuadas para el sector.

La mencionada transformación de las funciones universitarias no resulta impulsada sólo por un sector neoconservador, como solía concluirse en la década del noventa ante las propuestas de políticas realizadas por los organismos internacionales y, en su mayoría, aceptadas con bajos niveles de crítica por quienes dirigían las universidades en ese momento. En la actualidad, desde los más distintos flancos políticos se proponen cambios en las actividades académicas y científicas y, llamativamente, el motivo es el mismo: responder a las demandas de la sociedad. Las diferencias y principales pugnas se presentan cuando indagamos en qué es lo que cada uno interpreta como “demanda social”. En nuestra investigación se reconocían una amplia gama de comportamientos de grupos que respondían a diferentes orientaciones, a veces sin reconocimiento explícito.

En el proyecto se comprobó la existencia de grupos cuyo interés era direccionar las labores de los universitarios hacia el apoyo directo a las actividades productivas de las empresas, presionando para que los planes de estudio se adecuen a los requisitos inmediatos del mercado laboral y la investigación se centre en aplicaciones solicitadas por terceros a fin de que, a su vez, se potencien las actividades de extensión o transferencia cuya finalidad última sería aumentar los niveles de productividad de la economía. La justificación de esta lógica se haya en las posibilidades de “derrame” hacia el resto de la sociedad que puede generar el ascenso económico de las empresas que se vinculen con los sectores de conocimiento.

En una vereda opuesta se encuentran quienes también defienden la acción directa de la universidad, pero ya no en relación a sectores económicos, sino asistiendo y promoviendo actividades junto a los sectores más postergados. Aquí aparece una crítica explícita o implícita a la mencionada noción de “derrame”, que es reemplazada por la necesidad de poner el conocimiento e incluso construirlo junto a organizaciones sociales, población marginada o con grandes niveles de pobreza. No cabe más que respeto por quienes desarrollan estas últimas actividades, las que suelen implicar grandes esfuerzos intelectuales, emocionales y físicos, especialmente dado el escaso apoyo que tienen. No obstante, la orientación en que se transforman las lógicas de las funciones universitarias es similar a la ya mencionada, en tanto que la formación de los estudiantes, la producción de conocimiento y su aplicación se modifican a partir de necesidades sociales directamente observables.

En un caso como en otro, el motor de los cambios se basa en responder a demandas sociales y productivas inmediatas, sin dar espacio a la necesaria reflexión que debería primar en una institución que produce y en la que circula conocimiento. En la mayor parte de los casos, y con las mejores intenciones que puede tener cada uno de los docentes e investigadores que trabajan día a día en la universidad, lo que se logra es ocupar espacios en las debilitadas políticas públicas o suplir con diseños alternativos tanto el fomento a la producción como en la que la respuesta a demandas sociales críticas.

Parecería que las transformaciones actuales no han podido revertir los cambios iniciados en la década del ochenta y profundizados en los noventa. Tanto la docencia como la investigación continuaron su proceso de tecnificación y especialización en busca de responder a problemas puntuales dados por demandas explícitas. Por otro, las políticas de escasez presupuestaria dentro de la universidad y financiamiento por vías externas reforzaron el clima de individualismo y competencia, reduciendo las posibilidades de creación de conocimiento original y de formación de profesionales capaces de adaptarse a un mundo del trabajo en cambio continuo. Se profundiza también de esta manera la heterogeneización y fragmentación entre instituciones así como entre grupos de investigación y cátedras docentes de la misma institución.

* Becario doctoral Conicet. Prof. adjunto, Facultad de Ciencias Económicas, UBA.

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